“Si he de vivir, que sea sin timón y en delirio”
Gilberto Owen
Cada que cumplo años pido a mis allegados que me regalen los libros que han marcado sus vidas o cuya lectura encuentren fascinante, y que en la dedicatoria me den una pista del porqué; me parece una linda tradición, pues eso me permite conocer un poquito más a la gente que quiero y me siento más unida a ellos; en mi cumpleaños más reciente, el número 38, llegó a mis manos la obra de una autora que yo desconocía: “Los Ingrávidos” de Valeria Luiselli.
Al recibir el obsequio y dar una hojeada, me enteré que Luiselli es una novelista mexicana cuya obra ha sido traducida a más de veinte lenguas, que ha sido multigalardonada y que además, también nació en el año 1983. Leí que la crítica la distingue de la novela hispana contemporánea por eludir el cliché de las narrativas de la guerra contra el narcotráfico y que incluso la sitúan en un estilo narrativo muy alejado del realismo mágico de García Márquez (uno de mis favoritos de cabecera), quien tanto ha influenciado la literatura latina. Con estos pocos datos, es que “Los Ingrávidos” despertó mi curiosidad de inmediato y fue el primer libro que leí en mi nueva vuelta al sol.
La novela me enganchó rápidamente, pues es narrada a dos voces: una de ellas es la de una editora neoyorquina casada, con dos hijos, quien busca desesperadamente los pocos espacios de intimidad y tranquilidad dentro de su rutina cotidiana a fin de escribir su primera novela; la otra voz es la del mismísimo Gilberto Owen, donde en los últimos días de su vida recuerda su participación en el círculo literario del Harlem en los años 20´s al lado de escritores como Louis Zukofsy o Federico García Lorca.
Lo que me fascinó y encuentro trascendente de esta obra, es la capacidad de la autora para transitar libremente en el tiempo y el espacio aparentemente sin reglas, pues no solo combina las voces narrativas antes mencionadas, sino que también salta de época y de personaje de forma tan sutil que permite al lector teletransportarse por épocas y situaciones tan diversas y hasta opuestas, como lo es el caos de la vida diaria de la mujer actual, el divorcio, el racismo, los achaques de la vejez masculina, etc; pero que siempre terminan convergiendo en una misma historia, que es la vida del poeta mexicano y la cosmovisión que tenía Owen del amor, de la familia, de las mujeres y del mundo en general. Al hacer ese sincretismo fino en la narrativa, permite incluso la reflexión filosófica al lector: ¿Qué tanto somos en lo individual? ¿Acaso la misma existencia depende de la otredad? ¿Qué significado tiene una vida si se vive fuera del delirio? ¿Podemos conocer la realidad? ¿Somos el resultado de nuestra propia narrativa?
“Los Ingrávidos” no solo me invitó a conocer la obra de Gilberto Owen y su aportación como mexicano a los anales de la literatura mundial, sino que fue un espacio de reflexión en el que una vez más me convencí de que todos somos uno, que somos historias ya escritas con antelación y que la vida como la conocemos siempre es y será una realidad subjetiva condicionada por los propios anhelos.