Querida Sophie,
Tú no me conoces, espero que esta entrega editorial no te incomode. Y es que justo ayer, cuando mi hijo me preguntaba por qué el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, odiaba tanto a quienes están conscientes de las desigualdades y hacen algo al respecto, pensé en ti como una persona a quien admiro y reconozco, pues fuiste la bandera de una utopía que muchos esperamos como sociedad, en la que el libre desarrollo de la personalidad no se vea truncado por el acoso escolar ni la impertinencia de los políticos oportunistas. Fuiste el primer juicio de amparo que se consiguió por identidad de género para una persona menor de edad, orgullosamente en Aguascalientes.
Quiero hablarte sobre un tema importante, y es lo que tuve que explicarle a un niño que le cuesta trabajo entender por qué el presidente del lugar en el que está Disney dice tantas cosas que le parecen contrarias a lo que está aprendiendo en su escuela primaria.
Le dije que los derechos humanos son principios que dicen que todas las personas, sin importar de dónde vengan, el color de su piel, su religión, su preferencia o identidad sexual, o cualquier otra diferencia, tienen el mismo valor y merecen ser tratadas con respeto y dignidad por gobiernos, personas y hasta empresas multinacionales. Los derechos humanos nos dicen que todas las personas deben poder vivir en paz, ser libres y tener las oportunidades necesarias para ser felices.
Sin embargo, a veces, algunas personas no creen en los derechos humanos; parece que en todo el mundo ya es una moda. Esto sucede por varias razones, y procuré explicárselas de manera sencilla.
En algunas ocasiones, las personas no creen en los derechos humanos porque no entienden completamente qué son o cómo aplicarlos en la vida diaria. Puede ser que alguien crezca en un lugar donde no se respeten los derechos de todos, y, por lo tanto, no vea la importancia de defenderlos. También puede ser que algunas personas tengan ideas o creencias que les hacen pensar que algunas personas no merecen los mismos derechos que otras. A veces, estas creencias erróneas se basan en el miedo o en la ignorancia.
Además, en muchos lugares, las personas con poder, o aquellos que controlan los recursos, no siempre están dispuestos a compartir de manera justa. Esto puede hacer que no quieran reconocer los derechos de otras personas, ya que temen que eso les quite algo de lo que tienen. Por ejemplo, pueden pensar que si todos tuvieran acceso a una buena educación o a la salud, perderían algo de su propia comodidad.
En nuestro país, México, que somos más que una corriente política de los políticos en turno, somos y hemos sido una nación de garantías individuales que tiene un enorme águila que con sus alas protege a quienes estamos aquí. En México estamos seguras, seguros y hasta segures; y en eso todos estamos de acuerdo. No habría un mandatario estadounidense que pudiera hacernos sentir avergonzados o temerosos de lo que somos. A las mexicanas como tú, no. Y justo por eso pienso que personas como tú, tan valientes, algún día tendrán la oportunidad de sacar la casta por nuestro país.
Le dije también que es muy importante que sigan aprendiendo y hablando sobre los derechos humanos, porque la única manera de cambiar el mundo es entenderlos y hacerlos realidad para todos. Aunque a veces no todos los adultos entienden esto, lo bueno es que cada vez más personas trabajan para que el respeto por los derechos humanos sea más fuerte en todo el mundo.
Cualquiera puede ser un gran defensor de los derechos humanos, ayudando a otros a comprender que todas las personas, sin excepción, merecen respeto y amor. En una situación injusta, no tener miedo de hablar y de hacer lo correcto.
Te mando un abrazo grande y mucho ánimo para seguir aprendiendo y luchando por un mundo mejor.
Con cariño, tu servidor,
Aníbal.