Esos cachetitos

Por A Opinión Magacín

Por Bere del Río

Me tomaba la cabeza con fuerza suficiente para excitarme y me obligaba a chuparle la verga

-Quiero apretar esos cachetitos- Fue lo único que alcanzó a leer mi esposo. Y ardió Roma. Primero, quise explicarle, que si una broma, que así me llevo, la discusión fue in crescendo, y salieron a relucir lo difícil que había sido los últimos años juntos, él seguía siendo un mantenido de sus papás y yo, pues trabajando. Donde exploté, fue recordar lo insulso que era el sexo, siempre con sus poses de conservador, mi ropa intima para coger tenía que ser sexy, pero no de puta… y a mí me encantan los juegos que venden en las tiendas baratas de colonia popular. Tengo que confesar que, a veces, Majo y yo nos íbamos a una de estas boutiques (sic) que tenían toda clase de lencería de lo más corriente.

-¿Y qué?  Sí quiero agarrarle esos cachetes, me gusta y si pudiera me lo daría. Le espeté ya al punto de recordar que, para él, lo más pervertido después de diez años de casados, era llevarme a un motel, con pétalos y champaña. Si supiera que, en mi trabajo, subía a la oficina del jefe, me empinaba en su escritorio y me bajaba los pantalones, ese día me llevaba mi tanga más delgada, la hacía a un lado y me embestía. Muy rápido para haber lubricado, así que, escupía en su mano y mojaba su pene, esto me prendía rapidísimo. Su secretaria siempre era cómplice, no sé de cuántas más, pero estaba acostumbrada a las estupideces del director, político cuyo único mérito era ser amigo del diputado en turno. Lo más divertido es que, justamente, yo había llegado a trabajar al municipio porque mi marido era amigo del mismo diputado…

No podíamos gritar, y era bastante complejo porque, terminando, yo sudaba muchísimo, mi color blanco de los Altos de Jalisco, se transformaba en rojizo y era obvio que adentro no había una junta de trabajo. A veces, me llevaba a un motel, lo mismo uno corriente como El castillo que, al Grand Motel, éste hace honor a su nombre y algunas habitaciones tienen un delicioso vapor… bueno, nunca pude usarlo, no podría llegar con el cabello mojado, pero él se sacaba la cruda con sexo salvaje conmigo y con el cuarto de vapor. 

Apenas entrábamos, me tomaba la cabeza con fuerza suficiente para excitarme y me obligaba a chuparle la verga; lo más delicioso es cuando el se bajaba a hacerme el sexo oral, sin inhibiciones, comenzaba suavemente y terminaba lamiendo tan rápido, tan rico, su lengua a veces dentro a veces fuera, que me venía como nunca lo había experimentado. Después de 10 años de matrimonio solo me habían hecho el sexo oral un par de veces, tan torpe, que resultaba desagradable. Pero él, era un experto, en el fondo sabía que se trataba de que era un mujeriego, y no me importaba.

Me ponía en cuatro y me cogía dando nalgadas, tenía una fijación con las caderas, siempre tocándolas, siempre buscando posiciones donde se resaltaran, aún más, mis nalgas que, a decir de él, estaban riquísimas. No sé hasta donde sea cierto, pero que te lo digan mientras sientes como te llena de su semen es maravilloso. Al principio le pedí usar condón, cuando supo que estaba operada después de mis dos hijos, se olvidó de los sico para siempre. 

-¿Y qué?  Sí quiero agarrarle esos cachetes, me gusta y si pudiera me lo daría. A partir de esa frase, nos calmamos un poco, hablamos del matrimonio y decidimos intentarlo de nuevo; prometió que me trataría mejor. Eso incluía su “hacer el amor romántico” tan ñoño de él. Este momento coincidió, justamente, conque mi director general se alejó de mí, pensé que le había dado miedo cuando supo que mi marido habría leído ese mensaje; me desengañe el día que Lupita, la secretaria, me dijo que no podría atenderme, que estaba en una junta importante. Me fui a mi lugar mientras, al fondo, se escuchaban leves, imperceptibles, gemidos ahogados que, por obviedad, me eran familiares.

«De tu piel aroma y mis deseos»
Jesús Reyna
Tinta china/papel
10×15 cms. ©