La vida es solo una
Por Bere del Río
A pesar de tener fama de mujeriego con las de la oficina en el Instituto Municipal para la Cultura
Físicamente nunca me llamó la atención, pero me envolvió lo listo e intelectual que era. Después, ya cuando éramos amantes, me seducía la forma en que besaba todo mi cuerpo, lo comía y lamía centímetro a centímetro, comenzaba apasionadamente con mi boca, orejas, cuello, se detenía en los pezones, a veces los lamia y me dejaba ver el movimiento de su lengua, como perrito bebiendo agua, a veces simplemente los chupaba, metiendo mi bubi lo más que podía en su boca. De ahí lentamente bajaba, gustaba de mordisquear mis costillas, besar mi abdomen y bajar con su lengua lentamente, comenzaba a besar mis piernas, cada vez más cerca de mi vagina, hasta que comenzaba a darle pequeños besitos al azar, aumentaban, hasta que comenzaba a lamer y chupar, alternadamente, de pronto metía su lengua dentro de mi y presionaba mi clítoris durante unos segundos, salía y me dejaba, aún más, húmeda, me miraba a los ojos, me decía que podía estar todo el día comiéndome y volvía a la carga; sí que sabía hacerme terminar.
A pesar de tener fama de mujeriego con las de la oficina en el Instituto Municipal para la Cultura, no quise perder la oportunidad, a mis 23, de coquetear con él a sus 35. Desde un principio supe que tenía familia y no me importó -¡Total vida solo es una!- y el hecho de ser casado le daba un toque de adrenalina a nuestra relación. Cuando lo montaba, me encantaba su pene que era grueso, de alguna forma arqueaba su cadera y me penetraba más profundo, me provoca orgasmos tan fuertes mientras le gritaba ¡ay amor, la tienes bien gruesa!
El climax -literal- de nuestra relación fue justamente a partir del sexo oral, mientras me chupaba, se fue prendiendo cada vez más, se ubicó en el perineo y obviamente escuchó mis gemidos de placer que pasó lo que tenía que pasar: el beso negro. Al principio quise sentir vergüenza, pero era tanta la intensidad, que lo dejé continuar, creí estar suficientemente excitada, pero aún había más, se detuvo cual acostumbraba, subió un poco su rostro, me miró fijamente y después escupió en mi ano. Nunca creí que eso, que creía asqueroso, pudiera provocarme tal desbordamiento de la pasión sexual: ¡Métemela por detrás! Le dije No fue difícil porque él no fue brusco, el orgasmo fue tan espectacular que, cuando sentí su semen escurriendo (luego supe que eso era el creampie) por alguna extraña razón moví intensamente ambos pies, dando múltiples golpecitos en la cama, como niño haciendo berrinche, al tiempo que decía ¡Ay no mames, no mames, no mames ¡qué rico!
Nunca destruiría un matrimonio, cuando más enamorados estábamos decidimos terminar. Nos dimos nuestra última cogida en el Lua, habitación temática de casino, yacusi gigante, tequila y sushi. El sexo fue, como siempre, simplemente inigualable. Lloramos al despedirnos y, para olvidarlo, me conseguí un novio de buena familia. Aún después de que han pasado cinco años de que cortamos, nos mensajeamos de vez en cuando, recordamos lo intenso que fue todo, a veces me masturbo al final. Pienso que él hace lo mismo, nunca me lo ha confirmado. Jamás nos hemos propuesto volver a vernos, supongo que ambos sabemos que al final dolió, no fue justo para nadie, por ello mejor no volver al dolor, después de todo vida solo hay una.