La verga: ni muy grande, ni muy chica.
Hoy amanecí nostálgica, recordando mi primera vez, aunque muchos pudieran considerarla muy cursi (el afortunado me hizo un corazón de pétalos de rosa con nuestras iniciales en la cama) yo atesoro la experiencia y no le cambiaría nada, bueno, tal vez una cosa: el tamaño del miembro del primerizo. Si bien no se trataba del negro de whastapp, es la verga más grande que he tenido; y espero no volver a tener algo así, pues 19 años y varias referencias después, afirmo que, por muy digna de película porno, no es la panacea en la cama, pese a la creencia popular. Sé que me vas a decir que tal vez por ser mi primera vez no lo disfruté, sin embargo, al pasar de los años, cuando mi matrimonio se tambaleaba, volví con él, solo para reafirmar mi creencia: una súper verga no es sinónimo de satisfacción sexual.
Permíteme explicarte: por esos mismos tiempos del reencuentro con mi vergota, también me reencontré con un amigo que siempre me quise comer y por azares del destino, no se había podido, así que saldé ese antojo pendiente y para mi sorpresa, se trataba de una verga pequeña. ¡Sí! Era pequeña en general y era más notorio porque su dueño era un hombre de complexión robusta y muy alto, juro que cuando me bajé a mamársela, y descubrí que a pesar de la erección era todo lo que iba a crecer, tuve la sensación de haber descubierto un defecto igual al de una pata de palo, simplemente la imagen no coincidía, un hombre monumental con pito pequeño, pésima combinación y súmale el factor sorpresa, iuuuuu.
Quiero señalar que el sexo fue muy bueno, a pesar de las escasas dimensiones, pues el hombre, tenía sus virtudes sexuales, me hizo uno de los mejores orales que he recibido, lamió mis tetas con avidez y me masturbó deliciosamente, al final cuando lo tuve dentro, el placer imperó, no obstante, no reincidí, llámame prejuiciosa, pero la sola idea de cogerme a una verga pequeña o mamar un chuponcito, me desagradaba.
Ahora bien, volvamos a la verga majestuosamente grande y rosada con la que me estrené, tampoco me hacía feliz, pues el dueño es de esos que cree que la sola penetración constante y larga te va llevar al clímax: ¡grave error! Por más posiciones que intentes, por mucho tiempo que dures erecto, yo necesito el lado kinky: lame mis pezones, dime suciedades, babéame el cuerpo, jala mi cabello, apriétame con deseo, ¡dame una nalgada!.
¿Te das cuenta de mi problema? Era una esposa despechada e insatisfecha con dos vergas para comparar: la grande y hermosa cuya única virtud era una erección larga y firme; o la pequeña que me podía llevar al orgasmo a lamidas, pero orgasmo al fin. Opté por buscar un justo medio, una verga de tamaño regular pero cuyo dueño me hiciera temblar las piernas, es así como me aventuré (con un poco de escepticismo debo confesar) y salí de la línea que venía manejando (la del bad boy), fue cuando me re encontré con un antiguo compañero de trabajo, el clásico hombre que aparenta ser recto, ejemplar padre de familia, exitoso profesionista y con una cara de ternura que hasta te engaña y crees que no rompe un plato; pero esa, te la cuento después.