El C. Juez

Por Bere del Río

¡Holiiiii! ¡Extrañaba platicar contigo! ¿Recuerdas que te debo una historia? La última vez te contaba que aún casada, tenía los dos extremos de la balanza sexual: vergota y verguita, y de cómo ya no quería ninguna de las dos. En esa parte de mi existencia entra mi divorcio ¡pfff, qué hueva! Ya sabrás: abogados, reclamos, pleitos… ¡todo mal! Fue en ese entonces cuando apareció El C. Juez, he de confesar que todos mis amantes tienen apodo, es una forma de apropiármelos y al mismo tiempo recordar lo qué son: un dildo más, pero MIS dildos ¿me explico?

En fin, C. Juez y yo nos habíamos conocido más de una década atrás en un trabajo, yo recién casada e inmensamente enamorada y feliz, pendeja pues, para que me entiendas; si te soy franca, no recuerdo haber tenido una relación cercana y mucho menos especial con él, es más, no sé ni porqué nos teníamos en redes sociales, pero ahí estábamos, dándonos like a todo, muy centennial el asunto. Tampoco me preguntes porqué un día él me tiró el calzón, sí ¡así como lo lees! ¿Puedes creerlo?

De la nada, el exitoso hombre, con familia perfecta, carrera en ascenso y con una cara de ángel que no peca ni con el pensamiento ¡zas! Ahí estaba, escribiéndome el clásico Mi esposa y yo no cogemos ¸ ¡Ay, ajaaaaaaaa! Pero ¿qué te puedo decir? soy muy débil cuando un tipo en verdad me gusta, además confieso que, aunque escéptica, quería probar algo nuevo, no el clásico bad boy, quería un hombre con el que pudiera beber y hablar de todo, desde política hasta arte, del que pudiera aprender, tal vez incluso a quién admirar, que fuera casado era definitivamente un plus, pues no se convertiría en un estorbo, ni en mi agenda, ni en mis emociones.

Solo faltaba la prueba de fuego: la cogedera. Se la puse muy fácil, sin rodeos, sin complicaciones: “ven a mi casa”. Solo pedí una cosa, que usara un traje (porque no hay cosa más sexy que quitar una corbata). Llegó y no es por presumir, pero fue un gran sexo, nos entendimos en la cama, el caradesanturrón tiene una perversidad que irradia su mirada cuando comienza la acción, me fascina verlo cuando lo monto, cuando se la mamo, en verdad su expresión se torna lujuriosa, ávida de placer y eso me enciende. Me prende sentir su erección al sentarme en él, sentir su verga dura sobre mis panties, me moja, más si está lamiendo mis pezones (tiene oficio para eso y pues, que se acabe de criar con lo poco que hay); su verga es de tamaño regular, pero me gusta su grosor, se siente gorda dentro de mí, y me gusta su color rosado.

Además, el C. Juez, mi Juez, tiene la vasectomía, ¡uffff qué delicia! No hay cosa mejor que no preocuparte por eso y sentir su calor cuando termina dentro de mí, aunque te confieso que también me gusta tragármelos. En fin, desde el principio supe que el tipo tenía la verga, la plática, el estado civil y el grado de perversidad que me gustaban. La primera vez cogimos tres veces en una noche, quedé no solo satisfecha, sino plena. Seguimos unos cuantos meses más, y la relación dio un giro inesperado, pero que también me gustó, nos comenzamos a contar las aventuras sexuales que vivíamos por nuestro lado (porque efectivamente los que tienen cara de no romper un plato, siempre son los peores, era un cabrón hecho y derecho), eso me emocionaba, no a cualquiera una va y le cuenta de su putería abiertamente y sin prejuicios; y si después de eso, viene una buena cogida y varios orgasmos, ¡qué mejor! Era una terapia completa, había catarsis, alcohol y buen sexo; aunque luego también aprendí que eso no siempre tiene final feliz, pero lo bailado ya nadie me lo quita. Esa, decía aquella gorda del banco, esa, es otra historia.