Corrida de Calaveras

Por Bere del Río

¡Holi! ¿Cómo estás amigui? Esta vez no te abandoné tanto y es que, para ser franca, me urge contarte de mi reciente experiencia exhibicionista ¡Sí! Así como lo lees, yo tan pudorosa que me creía, pues resulta que ni tanto, que al final de cuentas el Marista no surtió el efecto esperado en mí y solo puedo añadir ¡Gracias a Dios!

En fin ¿recuerdas mi crush reciclado y cincuentón? pues que me lleva al toro, ya sabes, como buen hidrocálido tiene palco reservado en la Monumental y camisas varias de mamador, aunque pecando de honestidad, creí que solo era villamelón y que gustaba de placearse para codearse con los políticos villamelones también y así beber whiskey con cualquier pretexto; no obstante, accedí porque desde nuestro primer encuentro, seguía con ganas de él (y más de su verga). Así que ahí me tenías muy puesta en la corrida del Festival de Calaveras, lista con mi depilado brasileño, y con lencería que fui a comprar expresamente para la ocasión, sin duda después de la faena del ruedo, esperaba una gran faena en la cama, quería mi propio festival, el del fornicio.

Una vez instalados en la plaza con drink en mano, de nueva cuenta me sorprendió gratamente, mi macho no sólo era culto en temas literarios y musicales, además, no resultó villamelón, pues dominaba el arte de la fiesta brava, y lo sabía narrar poéticamente, hasta con gracia. Y nadie mejor que tú me conoce, sabes que en ese momento mi debilidad por él aumentó, necesitaba abrirle las piernas y provocarle una erección que culminara derramándose en mí.

Te confieso que observar las faenas, ver la sangre; apreciar el hierro contra las astas; la valentía del torero; y sentir el calor de la plaza entre sorbos de whiskey, me condujo inevitablemente a una excitación mucho mayor a la esperada, así que entre olés no perdía la ocasión de poner mi mano lo más cercano a su entrepierna, voltear a darle un casual beso, hablarle al oído para poder rozar su cuello con mi nariz y embriagarme de su loción; y así, conforme avanzaban los tercios y los toreros, mi sangre se arrebataba en deseo puro, no sé si en realidad fue el viento que se soltó o mi ansiedad por sentirlo en mí sexo que comencé a temblar, él me abrazo arropándome con su chamarra y mientras la afición agitaba vigorosamente sus pañuelos blancos hacía el juez, nos besamos sin pudor alguno y ahí noté su erección.
Ya no había retorno.

Le susurré suplicante: “métemela”, así que me tomó de la mano y nos condujimos al baño y ahí, en el sexto toro de la tarde, y sin cerrar la puerta del baño del palco, me desabotonó la camisa para besarme los pechos, en ese momento observé a nuestro mesero que nos miraba lascivamente. Me supe vista y fue delirante. Así como al toro se le impone la voluntad del torero, mi macho impuso su voluntad y bajo mi cabeza mientras se desabrochaba el pantalón, y ahí, sin poses ni engaños, se la mame con arte. Cuando comencé a saborear su líquido pre eyaculatorio, me detuve, me incorporé y observé al mesero fijamente. Sabiéndome dueña de mi propio espectáculo, le quise dar el regalo de mi desnudez, por lo que me quité la camisa y el bra, mientras mi macho me besaba el cuello y acariciaba mis pezones.

Una vez desnudado mi dorso, me baje el pantalón para ser embestida en el lavabo, en cada embestida podía ver a mi voyerista, lo que incrementaba mi placer. Finalmente, mi macho y yo nos besábamos profundamente con aliento a whiskey, lo que nos llevó a terminar. Me vestí lentamente. Fue una faena perfecta.

Gran tarde, sin duda, Dios repartió suerte…

Minotauros y Matadores, Pablo Picasso