El barbón de las cicatrices

Por Anibal Salazar
Cicatrices
Arte Contemporáneo,  Dibujos,  Dibujos
Autor: Evelyne Patricia Lokrou (Evepath)
30.5 x  22.9 cm  /   12 x  9 in

Rosa, tímida, se quitó la ropa ese día. Jorge estaba enamorado.

Ese día ella olvidó los consejos de su madre de ocultar sus cicatrices, que nadie se las viera porque si no, nadie la iba a querer y sería muy difícil que se casara algún día, creció con esa idea.

Él, Jorge, flaco y de barba descuidada la convenció, ella pagó el motel.

Rosa no quería quitarse la blusa y los dos al calor de los besos en el As Fexias hicieron un trato, que sin miedos mostrarían sus cicatrices.

Se las besó todas y ella las de él. Los dos, sin miedo y expuestos por primera vez a la desnudez, hicieron el amor.

Fue lo que me platicó Jorge, un día después de eso fue que se hizo un tatuaje que decía: “Mi piel sirve para amarte también”. Yo lo acompañé, estaba mal hecho, menos mal que no tenía faltas de ortografía. Sin embargo ¿Cómo decirle que no a un poeta enamorado? Yo no sería quién.

A ella no le gustó para nada cuando lo vio, de ese día empezaron a tener muchos problemas, no le gustaban los tatuajes y menos uno en el que ella sentía que la exponía, como si en el tatuaje de Jorge hubiera dicho “Rosa tiene muchas cicatrices muy aparatosas”.

Rosa fue intervenida quirúrgicamente varias veces, desde niña además de tener epilepsia, la pobre sufrió algunos problemas en las piernas, así que la operaron varias veces.

¿Y tú, cómo sabes eso?

Después de que se fueron al Motel y Jorge la llevó a su casa, me llamó para que nos fuéramos a tomar un café y me platicó con detalles. Estaba como nunca lo había visto, pleno y lleno de emoción. Él también pudo mostrar sus cicatrices,  que no eran nada agradables.

¿En dónde tenía él?

A los 16 años se cayó de una moto y tuvo lesiones graves, de hecho hasta trasplantes de piel requirió, y cosas por el estilo.

«Mi piel sirve para amarte también», es una canción ¿No?

Sí, de Real de 14, una bandota. Yo no la conocía sino hasta hace poco que fuimos a San Luis Potosí y en el camino, el Rubén puso en el estéreo de su coche un disco con toda la discografía, y me gustó bastante. Esa canción sobre la carretera con el camino lleno de paisajes diferentes,me llegó en serio.

¿Luis, tu amigo, el que está muerto?

Sí, Luis mi amigo el que está enterrado en el Panteón de la Cruz y que no he querido ir a visitarlo, porque me duele mucho su ausencia. Su pérdida la siento a veces como una cicatriz mía también, era mi amigo y confidente, al que olvidé cuando me casé. Mi mejor amigo pagó con su soledad mis ganas de empezar una vida nueva y se quedó sin confidente, lo dejé solo cuando me mudé y ya no tenía con quien salir a tomar café. No era muy social, además.

Supe que meses antes de su muerte, Rosa lo terminó, discutían por todo y además el papá de ella no lo soportaba; primero por su facha desaliñada, luego porque su oficio era ser poeta y en estos tiempos parece que el salario de las personas condena a las familias a lo que pudieran ser como cicatrices aparatosas, los orilla a vivir en Villas de los Pobres, Residencial de la Clase Media, Haciendas de los Ricos o quizá hasta Lomas del Millonario. A veces la realidad de nuestras ciudades es más aparatosa que una tremenda marca en todo el pecho.

Y sí, puede ser que haya quienes busquen salir de ahí, como el papá y la mamá de Rosa, como si la aspiración de una vida fuera ocultar la cicatriz y salirse de la colonia para una zona en la que hay menos pobres, ya no importa que tanto te acepten y se quieran, hay que taparlas. Salir de la pobreza.

¿De qué murió tu amigo?

¡Irónico!: de una tremenda rajada que tenía en la pierna y que nunca se atendió. El escribía, no era secretario en una oficina, así que no tenía ni Seguro Social y el Seguro Popular no lo cubría. También era muy descuidado y no le importaba mucho su salud, nunca buscó otras opciones.

Se la llevó los últimos meses con una pomada que le recomendó su abuela, pero ya  fue muy tarde. Me dijeron que por eso murió, lo encontraron tres días después de muerto en su casa, una vecina llamó al cerrajero y ahí estaba  mi amigo, lo identificaron como -el barbón de las cicatrices»- así lo escribieron en «la fe de cadáver».

Se publicó originalmente en Cortando por Lozano, diciembre 2015.