KILL BILL II
“No. You´re not a bad person.
You´re a terrific person.
You´re my favorite person.
But every once in a while, you can be a real cunt”
(Bill a Beatrix cuando ésta lo asesina)
Febrero sin duda es uno de mis meses favoritos, puesto que me emociona poder pausar la cotidianidad y la letal rutina, y dar paso a la celebración del amor. Es por ello, que en esta ocasión el tema de la presente columna es acerca de una de las más grandes historias de amor jamás contadas dentro del cine contemporáneo: la de Bill con Beatrix Kiddo; la cual es narrada poéticamente por Quentin Tarantino en dos partes, donde la primera se trata de su propia consagración como un esteta de la violencia; y en la segunda, muestra un profundo conocimiento de la naturaleza humana y de todas las emociones que devienen del amor de pareja.
Estoy convencida que cuando hablamos de amor, al menos en sentido romántico, al mismo tiempo estamos hablando de pasión incontrolable, de celos insensatos, de paciencia incondicional, de rabia contenida, de entrega absoluta, de perdón infinito; pues en el afán intrínsecamente humano de poseer al otro, afloran las más elocuentes virtudes que habitan en nuestro ser, pero también, los más oscuros defectos. Esa es la ambivalencia que convierte al amor en una fuerza única, brutal y devastadora que transforma nuestra cosmovisión e incluso la propia existencia. Así entiendo el amor, y es así como lo viven Beatrix y Bill.
Beatrix Kiddo (Uma Thurman) es una asesina a sueldo cuya admiración a su jefe y mentor, la llevan a enamorarse perdidamente de él, hasta convertirse en su mano derecha y amante. Ese amor profundo hacia Bill (David Carradine) la convierte en la mejor asesina de su escuadrón y blanco de envidia de las demás integrantes. La película no nos muestra los días felices de la pareja, pero queda claro que es en ellos, cuando Beatrix resulta embarazada por Bill y al enterarse de su estado, se enfrenta a la mayor encrucijada de su vida: quedarse con Bill a costa del futuro de su hija o abandonarlo, rehacer su vida y ofrecerle un futuro de plena libertad a su primogénita. Sin dudarlo, y con el dolor que conlleva, elige la segunda opción y desaparece de la existencia del amor de su vida.
Bill, al creer muerta a Beatrix, ordena vengar su muerte, y es en tal misión que descubre que ella no solo está viva, sino que está embarazada y pretende casarse con un tipo común y corriente. Obviamente la furia de Bill se re direcciona hacia la propia Beatrix, por lo que en el día de la boda de ésta, le dispara en la cabeza y rapta a la bebé al extraerla del vientre materno. Beatrix termina en coma y hospitalizada, pero en su despertar, solo tiene una misión: matar a Bill.
A lo largo de la película, todas las interacciones de ambos personajes son gloriosas, pues paradójicamente, a pesar de que ambos buscan asesinar al otro, sus diálogos están llenos de verdadero amor, con analogías cargadas de verdad, donde el espectador es conmovido por la misma incertidumbre de los amantes de la pantalla. Un ejemplo de ello es cuando Bill, ante la imperiosa necesidad de conocer la verdad detrás de la desaparición de Beatrix, la droga para que ella le cuente sus reales motivaciones; ella le revela que el amor de madre fue mayor a su amor por él y así, él también puede explicarle que su reacción violenta al saberla viva no es un sinsentido, sino la única posible para un asesino a sueldo con el corazón roto.
Finalmente, y como siempre sucede en la narrativa de Tarantino, triunfa el poder femenino y Beatrix asesina a Bill, lo que representa para ella el fin de la huida y por ende, un alivio, pero también sabemos que al matar a Bill, no asesina su amor por él.
La película da cuenta de la complejidad de las relaciones de pareja y de que no basta el amor al otro para que la relación perviva, pero también es un testimonio de que el único amor que vale la pena experimentar es aquel que te lleva a asesinar mientras saltas de una motocicleta a toda velocidad.