El amor en los tiempos del cólera
“Te adoro porque me volviste puta.
Dicho de otro modo, no le faltaba razón. Florentino Ariza la había despojado de la virginidad de un matrimonio convencional, que era más perniciosa que la virginidad congénita y la abstinencia de la viudez. Le había enseñado que nada de lo que se haga en la cama es inmoral si contribuye a perpetuar el amor”
Se termina febrero y en mi última columna del mes quiero hablar del amor más bíblico e inspirador que conozco, el de Florentino Ariza por Fermina Daza en la icónica novela del gran Gabriel García Márquez, “El amor en los tiempos del cólera”. Basta con evocar la Primera Carta a los Corintios donde San Pablo escribe:
El amor es paciente, y ¿qué mayor paciencia que la de un hombre que esperó cincuenta y tres años, siete meses y once días para poder besar, abrazar, poseer y estar con el amor de su vida?
El amor es servicial, tanto como cuando Florentino Ariza puso orden en la cocina desbordada para que no faltara el café, consiguió sillas suplementarias, acomodó las coronas fúnebres y se ocupó de que no faltara el brandy; todo esto en el sepelio de su eterno rival de amores, el esposo de Fermina Daza.
El amor todo lo disculpa, tal y como Florentino Ariza supo disculpar una vida de desplantes conviviendo en una sociedad pequeña donde Fermina Daza se placeaba en cuanto evento social existía sin apenas reconocerlo y negándole la posibilidad de la cercanía tan anhelada.
El amor todo lo cree, Florentino Ariza vivió cada día de su existencia actuando bajo el profundo convencimiento de que el amor que sentía por Fermina Daza, estaba destinado a cristalizarse de modo inexorable.
El amor todo lo espera, Florentino Ariza aguardó una vida entera para lograr escabullirse del arduo calvario de una vida conyugal e ir sin mayor vuelta al grano del amor con Fermina Daza.
El amor todo lo soporta, así como Florentino Ariza perdonó recibir la primera carta de Fermina Daza ya siendo viuda, donde ésta había puesto toda la furia de la que era capaz, sus palabras más crueles, los oprobios más hirientes, e injustos además.
El amor no pasará jamás, así como el arrojo con el que Florentino Ariza decidió navegar toda la vida al lado de Fermina Daza a bordo del buque “Nueva Fidelidad”, sin más pasajeros que el Capitán y la novia de éste; dedicando ambas parejas los días a jugar a las cartas, comer a reventar, beber anisado y amarse sin prisas; pues ambos habían vivido lo bastante para darse cuenta que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más se acerca la muerte.