De ociosidad, arte y otros vicios: Enrique Bunbury
“Muchas gracias a todos por tantos mensajes de amor y cariño.
Me dan fuerzas para lo que venga. No lo olvido.
Siempre. Enrique Bunbury 2022”
Después de 35 años de trayectoria, con esas palabras, Enrique Ortiz de Landázuri Izarduy, anunciaba el retiro del escenario de su alter ego, Enrique Bunbury, nuestro Aragonés Errante. Esa despedida aún me parece inverosímil, pues parece que hubiera sido ayer (permítanme el cliché) cuando estaba sentada haciendo tarea de primer semestre de bachillerato, con la tele sintonizando el canal Telehit y una voz profunda llamó mi atención con la siguiente estrofa “Me calaste hondo, y ahora me dueles, si todo lo que nace perece del mismo modo, un momento se va y no vuelve a pasar”. Era 1999 y desde entonces, su voz, su música, sus letras, cobraron especial sentido para mí. De inmediato me di a la tarea no solo de comprar su CD, sino de investigar quien era él, fue entonces que me enteré que había sido el vocalista de Héroes del Silencio, lo que me pareció aún más admirable, pues al escucharlo como solista, se alejaba del sonido de la banda que lo vio nacer y desde su primer trabajo, Radical Sonora, el músico comenzó a experimentar con sonidos árabes e incluso electrónicos denotando su innegable influencia por Depeche Mode. En su segundo disco como solista, Pequeño, que fue justo cuando yo lo descubrí, ya dominaba la fusión del rock, el árabe, el electrónico, el flamenco e incluso el regional mexicano; ese disco es y por siempre será uno de los predilectos en mi vida, tal vez porque su contenido enmarca la perfección del primer amor, aquel amor adolescente donde absolutamente nada importa y te consume con euforia e inocencia; aquel tipo de amor en el que se comparten los gustos y fue así como contagié a Leonardo de mi gusto musical . Cada letra cobraba sentido en carne propia, básicamente se trató de la banda sonora de mi primer noviazgo, y cobró mayor sentido cuando dicho primer amor llegaba a su fin y en más de una ocasión recibí serenata con la icónica “Aunque No Sea Conmigo”.
Pero así como Bunbury evolucionaba musicalmente, los años continuaban con su paso por mí, y para cuando llegó su disco Flamingos, yo ya estaba en edad de parrandear, recuerdo grandes fiestas en que al calor de las copas podíamos repetir incansablemente “Sácame de Aquí” o “El Club de los Imposibles”.
Mi vida continuaba en paralelo con la carrera musical de Enrique y con “Que tengas suertecita”, primer sencillo de su disco “El Viaje a Ninguna Parte”, la canción resultó para mí un mantra profético, pues con él llegó mi segundo amor importante; y por si fuera poco, en dicho disco también se encontraría el que se convertiría en uno de mis himnos personales “Lo que queda por vivir”.
La vida continuaba y con cada material discográfico del músico español, se enmarcaba una particular parte de mi existencia. Pero cuando mi vida giró de modo inesperado e incierto, el Unplugged que grabó para MTV, se convirtió en un bálsamo sanador e incluso podría decir que gracias a él me reencontré con el primer amor aquí mencionado, con Leonardo; pero ahora ya no con aquel amor adolescente, intenso y fugaz; sino con la madurez de establecer una amistad que no se tambalea, con la fraternidad infranqueable y con el cariño intacto de haber crecido juntos, al menos de algún modo. Es por eso que cuando se anunció la gira de Bunbury por México, ya estábamos haciendo los planes pertinentes para verlo en Monterrey, cuando nos enteramos que por el brote de ómicron se comenzaron a cancelar ciertos conciertos de la gira, decidimos esperar hasta la próxima. No sabíamos que no habría tal.
Me quedo con la satisfacción de haberlo visto en vivo cuatro veces, de atesorar su música no como una fan que disfruta de su trabajo, sino sintiendo su música como parte fundamental de mi propia historia.
Leonardo, estas líneas son para ti, porque nos perdimos ese último concierto y sé que solo tú y yo sabemos lo que eso significa.