El eco de un viejo amplificador

Por Samuel Ramos

Eran otros tiempos, aunque no tan lejanos. El sol parecía más cálido y las calles, aunque transitadas, aún conservaban una esencia de calma. Había una pequeña tienda en la esquina de la avenida principal, donde los vinilos descansaban en anaqueles de madera, emitiendo un tenue aroma a tiempo acumulado. Allí, entre carátulas desgastadas, descubrí el primer disco de rock que cambiaría mi vida.

Era un álbum que alguien había dejado con prisa, casi olvidado, entre una pila de éxitos ochenteros. La carátula, de tonos oscuros y dibujos abstractos, me llamó como un susurro que sólo yo podía escuchar. Lo llevé a casa con la urgencia de quien siente que está por abrir una puerta a otro mundo.

La primera vez que el tocadiscos dejó caer la aguja, la habitación se llenó de un sonido crudo y honesto. Era un eco que parecía salir de un viejo amplificador, uno que no buscaba ser perfecto, sino real. Cerré los ojos, y por un momento, el tiempo dejó de existir. Las guitarras hablaban, los tambores marcaban el ritmo de un corazón indomable, y la voz del cantante parecía estar justo al lado, contándome sus secretos.

Las noches de aquel verano las pasé bajo un cielo que nunca dejaba de brillar, con la música como única compañía. Había algo en esas canciones que entendía mis silencios y hacía eco de mis anhelos. No importaba lo que ocurriera afuera; mientras la aguja seguía girando, todo tenía sentido.

Hoy, años después, ese disco sigue allí, en su estante. La carátula está aún más desgastada, pero el eco sigue vivo. A veces lo pongo, no sólo para escuchar música, sino para volver a esa época en que todo parecía tan sencillo, tan sincero.

Por eso, no puedo evitar celebrar que A Opinión haya retomado la radio por internet, esa que ahora nos regala conciertos completos de rock. Es un homenaje a una costumbre que hemos ido perdiendo: escuchar un disco de principio a fin, como un viaje que no puedes abandonar a la mitad, y asistir a conciertos reales, esos donde las canciones resonaban más allá de los altavoces y te llenaban el alma. No como los eventos genéricos y masivos de hoy, que parecen haber olvidado lo que significa la conexión auténtica.

Quizá por eso nos gusta tanto el rock: porque no es sólo música. Es un refugio, un lugar al que siempre podemos regresar, donde el eco de un viejo amplificador nos recuerda quiénes éramos y quiénes, en el fondo, seguimos siendo. Y ahora, gracias a esta radio, ese eco está más vivo que nunca.