Cuando el tráfico se iluminó con gas: la breve y explosiva historia del primer semáforo

Por Samuel Ramos

Corría el año 1868 y Londres, la metópoli más bulliciosa de Europa, enfrentaba un caos vehicular sin precedentes. La Revolución Industrial había traído consigo un incremento exponencial en el tránsito de carruajes, caballos y peatones, convirtiendo las calles de la ciudad en un peligroso laberinto. Fue entonces cuando alguien tuvo la audaz idea de instalar un dispositivo que ayudara a regular el flujo de personas y vehículos: el primer semáforo de la historia.

Este ingenioso invento fue colocado en el puente de Westminster, un lugar clave para el tránsito londinense. A diferencia de los modernos semáforos eléctricos que conocemos hoy, este primitivo aparato funcionaba con gas. Sus señales de colores eran más mecánicas que luminosas: grandes brazos movidos manualmente indicaban «pare» o «avance» a los transeúntes y carruajes. Por la noche, el gas se encendía para iluminar las señales y hacerlas visibles en la penumbra londinense, marcada por su icónica niebla.

Sin embargo, este intento de modernización no estaba exento de riesgos. Apenas un mes después de su instalación, el semáforo protagonizó un incidente que selló su destino. Una fuga de gas provocó una explosión que hirió gravemente al agente encargado de operarlo y puso fin a la breve carrera del dispositivo. Asustadas por el incidente, las autoridades retiraron el semáforo y Londres volvió a depender del instinto y la paciencia para sobrevivir al caos vial.

Este fallido experimento marcó, no obstante, el inicio de una revolución en la regulación del tráfico. Aunque el primer semáforo de gas resultó ser más peligroso que útil, sentó las bases para futuras innovaciones. Medio siglo después, en 1914, se instalaría el primer semáforo eléctrico en Cleveland, Ohio, dando origen al sistema de tráfico que hoy consideramos indispensable.

La historia del semáforo de gas es un recordatorio de que incluso las ideas más brillantes a menudo comienzan con tropiezos. Quizá su breve y explosiva existencia fue el precio a pagar para iluminar el camino hacia la modernidad. Afortunadamente, la tecnología y la seguridad han avanzado considerablemente desde aquellos días de innovaciones inflamables.

Es fascinante cómo incluso los inventos más cotidianos, como el semáforo, tuvieron comienzos llenos de riesgos e improvisación. ¿Crees que hoy subestimamos el impacto de estos primeros intentos en nuestra vida moderna? ¡Déjanos tu opinión!