Decir adiós

Por Diana Gómez Carrillo

Decir adiós nunca es fácil, pues representa enfrentar la incertidumbre de que lo que está por delante no superará lo que se abandona. Decir adiós te obliga a empuñar, cerrar los ojos y dar un salto de fe al vacío donde puedes caer de pie triunfante o trastabillar hasta el derrumbe. Decir adiós no se trata de moldear tu futuro, se trata más bien de construir tu pasado, puesto que es hasta el final cuando puedes sopesar el bien y el mal del trayecto que se andó; y solo a posteriori se puede juzgar si atinaste o no en tus elecciones.

A veces decir adiós es una decisión unilateral que proviene no de quien abandona, sino del destino que te orilla a desertar y aún en esas veces, sigue resultando punzante la incertidumbre. Tengo la impresión que en mis 40´s estoy siendo testigo de muchos adioses obligados exclusivamente por el mero paso del tiempo, adioses cuyo peso es demoledor porque en definitiva no habrá retorno, se trata de las últimas veces.

Así, presencié la última vez de Joaquín Sabina en México, canté, canté fuerte y con la certidumbre de que esas letras cobraban un significado distinto al que les di cuando las conocí, pues un: “Ahora que las tormentas son tan breves y los duelos no se atreven a dolernos demasiado” es una rendición ante la certeza de la fugacidad; un: “Como pago al contado nunca me falta un beso, siempre que me confieso me doy la absolución” se corea con el sabor de lo bien pecado.

Del mismo modo testifiqué la que yo creo será la última gira de Miguel Bosé, él no ha dicho adiós, pero su físico así lo anuncia, un adiós tácito. Ahí también al cantar “Aguanto el vuelo más si me agarro de tu mano, acompáñame hasta donde pueda llegar” adquirió un nuevo significante, uno con nombre, apellido y temporalidad incierta.

Vi el adiós de dos figuras del toreo en esta tierra hidrocálida, Enrique Ponce y Pablo Hermoso de Mendoza, el adiós del primero fue desangelado, molesto, con un dejo a derrota; en cambio, el del rejoneador me pareció un adiós vivo, eufórico, triunfante.

También hay adioses a los que les prolongamos su llegada, por ejemplo, acudo al serial taurino sanmarqueño sabiendo que el zeitgeist apunta a la inexorable desaparición de la fiesta brava, acudir a la Plaza Monumental como cada año desde hace más de veinte, esta vez sabe a un adiós a la tauromaquia aquicalidense, al menos como la conocemos hasta hoy.

Tengo la impresión de que el hecho de vivir tantos adioses recientemente, se traduce en un adiós propio, un adiós a muchos pedacitos de historia con los que me he construido, un adiós a la cultura con la que crecí, un adiós a las personas con las que compartí, un adiós incluso a anhelos que se fueron quedando en el camino, un adiós irremediable a la sensación de que todo era posible. Habrá que ocuparse de este adiós y dar un salto de fe al vacío.