El vendedor de paletas. Una historia de Joaquín Ordoñez

Por A Opinión Magacín

Día caluroso en Aguascalientes, y Everardo ya está preparado. Son las ocho de la mañana y hace unos minutos que se terminó de desayunar un pan dulce y un café. Camisa blanca, pantalón de mezclilla y tenis; el conjunto con el que se siente más cómodo para cada jornada. A sus 73 años, nunca ha usado ningún complemento, sólo una gorra con propaganda que le protege de los rayos intensos de sol que le esperan a cada paso que dé durante su recorrido.

Al despedirse de su esposa, Teresa, se dirige a la proveedora de helados, intercambia algunas palabras con el encargado y aproximadamente a las diez de la mañana, inicia su ruta con más de sesenta helados en diferentes presentaciones que pretende vender a los transeúntes y zona de negocios a los que suele acudir. Una pequeña radio de pilas que coloca en su carrito le permite saber la hora que es, aunque con la posición del sol tiene suficiente para orientarse. La calle siempre ha sido la fuente de su sustento mediante el desempeño de diversos oficios.

A las seis de la tarde regresa al negocio para entregar el carrito y el producto no vendido, con su camisa empapada de sudor y la ganancia de noventa pesos. A las siete ya está en su casa y a las nueve acostado tras cenar frijoles refritos con nopales, tres tortillas de maíz y un vaso de agua de papaya. Tomó refresco durante el recorrido, además de frutos secos. Teresa guarda el dinero obtenido junto a los trescientos pesos que quedan del apoyo federal que reciben por ser adultos mayores. Hoy es martes, y con las monedas que cuenta está segura de ajustar para las compras del resto de la semana, su medicamento para la diabetes se le acaba esta semana, pero se lo traerá el domingo su hija Isabel, la tercera de cuatro hijos.

Everardo ya está por dormirse mientras escucha un bolero en la radio, está muy cansado pero contento porque hoy tuvo un día muy parecido al de ayer, eso es lo que más le enorgullece.