¿Por qué marchamos?
Nunca dudes de que un pequeño grupo de personas pensantes y comprometidas pueda cambiar el mundo.
De hecho, son las únicas que alguna vez lo han logrado.
Margaret Mead
Siempre han llamado poderosamente mi atención las manifestaciones. Cuando veo las imágenes de éstas, ya sea en redes sociales o en TV, invariablemente me cuestiono qué lleva a esas personas a dejar a un lado sus compromisos familiares, laborales, sociales, recreativos o incluso abandonar la posibilidad de quedarse en la cama, todo para ir a caminar y alzar la voz por situaciones que, salvo raras excepciones, no cambiarán su rumbo por la marcha de unos cuantos.
Personalmente, solo ha habido una causa que me motivó a manifestarme: la defensa del INE. En ese momento tenía la firme convicción de que la acción ciudadana, apropiándose del espacio público de forma pacífica, legal y ordenada, lograría defender a uno de los más grandes pilares del Estado democrático. Hice mi pancarta, pedí a mis padres que cuidaran de mi hija y marché con convicción, con entusiasmo y, posiblemente, hasta con ingenuidad. Lo hice con la absoluta certeza de que lo que estaba en juego no era un asunto menor: se trataba de proteger la democracia a través de la garantía de elecciones libres y justas, con todo lo que eso conlleva.
Cada quien sabrá sus motivos para destinar tiempo y recursos a ciertas causas, pero a veces, y pecando de prejuiciosa, me da la impresión de que la gente atiende causas “buenaondita”, aquellas que se ven muy bonitas en la foto para redes, aquellas que son populares, las que suenan a que eres “buena persona” y que no necesariamente implican el bien común ni mucho menos una investigación profunda que lleve al entendimiento de los fenómenos por los que se marcha. Ejemplo en boga: es muy cool marchar por el “hermano toro” sin comprender la naturaleza del toro de lidia, desconociendo que las dehesas donde se crían estos animales son ecosistemas protegidos que contribuyen a la conservación de la biodiversidad rural; sin importarles el gran impacto económico y turístico que la tauromaquia genera en la entidad y del que nos beneficiamos todos los que aquí habitamos; ello sin mencionar la libertad artística y cultural de quienes participamos en ella. Esa marcha se ve muy progre, esa marcha es socialmente aceptada.
En cambio, considero que retar y enfrentar al sistema por el bien común ya no es tan cool ni digno de presunción en redes, no importa que lo que hay en juego sea la libertad de todos y cada uno de los mexicanos. Claro ejemplo es que no he visto manifestantes que, en lo local, alcen la voz en oposición a la iniciativa presidencial de abrogación a la actual “Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión” para dar paso a la “Ley en materia de Telecomunicaciones y Radiodifusión”, toda vez que en dicho proyecto, so pretexto de regular las innovaciones que ofrece el ecosistema digital alrededor de la tecnología 5G, se estaría facultando al Estado para censurar todo contenido digital con el que no esté de acuerdo el régimen, tal y como se observa en la redacción del Artículo 109 del Capítulo VIII “De las Plataformas Digitales” del proyecto de decreto ya mencionado, el cual me permito citar:
“Artículo 109. Las autoridades competentes podrán solicitar la colaboración de la Agencia para el bloqueo temporal a una Plataforma Digital, en los casos en que sea procedente por incumplimiento a disposiciones u obligaciones previstas en las respectivas normativas que les sean aplicables. La Agencia emitirá los lineamientos que regulen el procedimiento de bloqueo a una Plataforma Digital.”
Resulta a todas luces evidente que el Poder Ejecutivo Federal continúa con paso firme con el desmembramiento del Estado democrático que tanto trabajo ha costado a este país construir. Comenzó con la desaparición de los órganos autónomos (entre ellos, por supuesto, el IFTEL), continuó con la reforma judicial, y ahora va por la expresión ciudadana y su inalienable derecho a la información. Con esta iniciativa se convierte en ley la herramienta indispensable del Estado totalitario: la CENSURA. No es casualidad que los países con sistemas dictatoriales la utilicen; ejemplos sobran: China, Egipto, Irán, Turquía, Corea del Norte y Rusia. En todos esos países el resultado ha sido catastrófico, pues las críticas al gobierno son castigadas con trabajos forzosos, prisión o hasta pena de muerte; así de grave se vive bajo el totalitarismo.
La censura digital permite a los gobiernos eliminar los contenidos, datos y opiniones que resulten inconvenientes para sus propósitos. Con ello se pierde en absoluto la libertad de expresión; además, se presta para que los contenidos digitales manipulen y desinformen al aislarnos de la realidad, no solo a nivel local, sino incluso internacional. La censura digital deja al ciudadano en estado de indefensión al convertirlo en un mero receptor de consignas preestablecidas, sin acceso a información fidedigna que le permita conocer, decidir, participar y defender sus derechos. Un ciudadano desinformado es un ente sin criterio que no exige, no reclama y se conforma.
En mi cosmovisión, el ideal sería que nos uniéramos como ciudadanía ante afrentas tan amenazantes como la iniciativa de ley en mención, que nos apoderáramos del espacio público por y para todos en defensa de lo verdaderamente importante, que es vivir en un Estado de derecho que contemple garantías protectoras de nuestras libertades, y no en “defensa” de causas que no aportan más que caos vial y disenso entre ciudadanos.
Pero ésta solo es mi opinión, que sobra decir que es como el ombligo: todos tenemos una.