¿Por qué nos gusta el arte contemporáneo?
El arte contemporáneo provoca. A veces nos incomoda, otras nos emociona. Nos hace reír, nos desconcierta o simplemente nos deja pensando. ¿Por qué, entonces, nos gusta tanto?
La respuesta no es única, pero quizá una de las más poderosas es que el arte contemporáneo nos habla en tiempo presente. Nos confronta con lo que somos hoy: nuestras tensiones sociales, nuestras crisis identitarias, la velocidad de la tecnología, la lucha por el medio ambiente, el feminismo, el caos urbano, la cultura pop, la ironía. El arte contemporáneo no se esconde tras velos de solemnidad, como muchos imaginan que lo hacía el arte clásico. Aquí, las preguntas son más importantes que las respuestas.
También nos gusta porque rompe las reglas. Ya no se trata solo de la técnica o de la belleza tradicional; ahora se trata de la idea, del mensaje, de la emoción. ¿Un urinario puede ser arte? Duchamp ya respondió hace más de un siglo. ¿Una instalación con pantallas y basura tiene sentido? Tal vez sí, si logra conectar con el espectador y decirle algo que ningún otro lenguaje puede.
Nos gusta porque nos involucra. Nos obliga a mirar de otra manera, a repensar lo que damos por sentado. A veces hasta nos hace partícipes: hay arte que se activa con la presencia del público, que cambia con el tiempo, que se transforma con la luz, el sonido o la interacción. En una época donde lo estático aburre y lo superficial domina, el arte contemporáneo es una invitación a ir más allá.
Y claro, no todo el arte se ve desde la óptica de Avelina Lésper, por más influyente o crítica que sea su voz. Su visión, centrada en el valor técnico y en la denuncia del «fraude» conceptual, representa una postura válida pero no absoluta. El arte contemporáneo es amplio, diverso, contradictorio. Hay lugar para la crítica, sí, pero también para la experimentación, el riesgo y la subjetividad.
Y quizá, en el fondo, nos gusta porque nos refleja. Porque en esa pieza extraña, en esa obra aparentemente simple, hay algo de nosotros mismos. Una emoción, una memoria, una crítica, una herida. El arte contemporáneo no busca complacernos, sino hacernos pensar, sentir, discutir. Y eso, hoy más que nunca, es vital.
Nos gusta porque no busca gustar. Y en esa honestidad —a veces irreverente, a veces profundamente humana— encontramos algo auténtico.