¿El café con azúcar o sin azúcar?

Por Natalia Morales

¡Ah, el café! Esa bebida mágica que nos levanta del sueño más profundo, nos impulsa a seguir con el día y, por supuesto, nos da excusas para hacer pausas dramáticas en medio de una jornada laboral. Pero hoy, queridos lectores, no venimos a hablar de sus beneficios o su capacidad para transformarnos en seres humanos funcionales. Hoy hablamos de un debate aún más profundo, más filosófico, un debate que ha dividido a la humanidad desde que el café comenzó a invadir nuestras vidas: ¿con azúcar o sin azúcar?

Para empezar, tenemos a los adoradores del azúcar, esos seres luminosos que creen que el café debería ser una especie de «postre líquido». Ellos sostienen que el azúcar es esencial para equilibrar el amargor natural del café, como si el café sin azúcar fuera una especie de error cósmico. Estos valientes no tienen miedo de tomar ese cucharón de azúcar y, con un brillo en los ojos, lanzarlo al café como si estuvieran haciendo una poción mágica.

«Un café sin azúcar es como una canción sin música», dicen. Claro, claro… y el azúcar no le da un toque de energía instantánea que podría hacer que incluso un rinoceronte dé una vuelta de ballet en el espacio. Pero, ¡¿quién puede culparlos?! El azúcar le da esa dulzura mística que convierte el café en un ritual de alegría. Para ellos, un café amargo es lo mismo que una película sin efectos especiales, algo que no se debe permitir bajo ninguna circunstancia.

Y luego tenemos a los puristas del café, aquellos que consideran que el café debe tomarse tal cual como lo creó la madre naturaleza, sin adornos, sin añadidos. El café, para ellos, es una experiencia genuina y profunda, una relación de tú a tú entre el grano y el paladar. Los puristas no entienden cómo alguien podría querer añadirle azúcar, como si el café fuera un pastel de cumpleaños y no una bebida digna de los dioses.

“¡Con azúcar! ¿De qué estás hablando?! Eso es como agregar ketchup a un buen filete”, afirman, mientras observan con desaprobación a los que se atreven a modificar la esencia del brebaje. Ellos defienden que el café debe beberse en su forma más pura, como un homenaje al esfuerzo del agricultor, al barista y, sobre todo, al grano de café que ha viajado hasta tu taza con el único propósito de darte un despertar profundo, sin distracciones.

Ahora, el verdadero dilema llega cuando te enfrentas a la incógnita de qué tipo de café pedir. La primera vez que vas a una cafetería y el barista te pregunta si lo quieres “con o sin azúcar”, una corriente de ansiedad recorre tu cuerpo. «¿Qué dirá de mí si elijo azúcar? ¿Pensará que no tengo una cultura cafetera refinada?», te preguntas. Y si eliges «sin azúcar», te sientes como un explorador intrépido, capaz de enfrentar lo desconocido con valentía… aunque tu lengua luego te odie por no haberle dado un toque de suavidad.

Pero la elección no siempre es tan simple. Muchos de nosotros, por puro reflejo, pedimos «con azúcar», y al primer sorbo, nos damos cuenta de que el café ya tiene suficiente dulzura por sí mismo. Lo miramos como si fuera un viejo amigo que te dio un abrazo incómodo y piensas: «¿Cómo llegué aquí?»

Y, en ese momento, lo sabes: la próxima vez pedirás un café “sin azúcar”… aunque, en lo más profundo de tu corazón, sigas añadiendo ese toque dulce en secreto en casa.

Al final del día, la respuesta es clara: no hay una respuesta correcta. Ya sea con azúcar o sin azúcar, lo importante es que el café te haga sentir algo, que te dé el pequeño impulso necesario para enfrentar el día. Si prefieres un café dulce como un abrazo en una taza, ¡adelante! Y si eres de los que valoran la crudeza del café, sin adornos, que sepas que el mundo te aplaude en silencio mientras te enfrentas al amargor con dignidad.

Lo único que te podemos asegurar es que, sin importar la elección, siempre habrá alguien dispuesto a debatirlo contigo. ¡El café une y separa a la humanidad en igual medida!

Así que, adelante, levanta tu taza, elige tu camino y disfruta de ese mágico líquido negro que es, al fin y al cabo, el combustible de nuestra existencia.